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17/7/2016

 

Dedicada al profesor Clemente Vargas Vásquez

en el día de su cumpleaños.

 

Lo volvió a hacer. Sí, de nuevo. Si con su primer libro logró plasmar paisajes de Ixhuatán que incluso quien no los vivió es capaz de retratarlos en su mente como si hubiese estado ahí con tan precisos detalles, con su segunda obra se consolida como uno de los escritores ixhuatecos a los que no está permitido dejar de leer.

 

En las pasadas vacaciones de Semana Santa visité la preparatoria José Martí. Aproveché esto para saludar a mi amigo y colega de este portal Manuel Antonio Ruiz, directivo de dicha institución, y presenciar la entrega de unos equipos de cómputo por parte de otros paisanos a los que hasta entonces no conocía. Se trataba de Ixhuatecos de Corazón, una agrupación que realiza acciones en busca de beneficiar a la ixhuatecada en distintos ámbitos colectivos. Con uno de sus coordinadores, Julio López Lena, me había comunicado antes, y entonces charlamos un poco acerca de lo que es y hace PANÓPTICO IXHUATECO. En esta oportunidad pude conocerlo en persona, hablar más y enterarme de lo que ellos hacen. Un tipo muy agradable.

 

Escuchaba la presentación cuando ingresó al aula, a paso lento, quien se había ganado mi respeto unos meses antes sin siquiera haberlo visto una sola vez en mi vida. Lo reconocí por su rostro, por el enorme parecido con quien fuera mi profesor de educación física y de civismo en la Alfonso Luis Herrera: Sócrates Henestrosa Delgado, su hermano. Estaba ahí, a unos metros de mí, y no me permitiría dejar pasar esa oportunidad.

 

Tras publicar en este portal mis comentarios sobre “Un pueblo real que parece imaginario”, el 30 de enero del año en curso, recibí una enorme muestra de gratitud por parte del escritor en cuestión mediante una extensa respuesta que puede ser leída en el promocional de Facebook de PANÓPTICO de tal columna, y el halagado terminé siendo yo. Son de esas gratificaciones que valen más que dinero en efectivo y que le hacen ver a uno que sus acciones emprendidas tienen un sentido.

 

–Buenos días, maestro Rogelio. Tenía muchas ganas de saludarlo personalmente. Yo soy Michael Molina –le dije mientras le estrechaba la mano una vez concluido el evento.

 

–¡Qué gusto! –expresó– Tenía tiempo buscándote, preguntando por ti, pero no dábamos con quién eras.

 

Luego de algunas palabras de mutuo respeto y agradecimiento, de ubicarnos por nuestras respectivas relaciones familiares, llegó la grata noticia:

 

–En tu escrito comentaste que te habían prestado mi libro. Como agradecimiento a tus palabras, te lo voy a regalar. Danos tu número y nos ponemos de acuerdo para entregártelo.

 

Una vez que volví del baño de mar de Aguachil, llegó la llamada del profesor. Lo visité en su casa del pueblo, donde pudimos hablar largo y tendido, una charla que disfruté sobremanera. Mi sorpresa fue mayor al recibir de su parte no solo su primer libro, sino que salí de su domicilio también con su segunda obra: “Mesa y sobremesa. [Conversaciones con Andrés Henestrosa]”. Sobre este trabajo dejo aquí de forma muy breve mis impresiones:

 

Este libro fue publicado en 2002, dos años después del primero del escritor. Desde su portada resulta atrayente, ya que en ella se muestra una acuarela del pintor oaxaqueño Juan Alcázar, en la cual plasma distintos elementos que bien podría pensarse como inspirados en el Istmo (esto, por supuesto, es divagación mía): tres hombres a caballo observados por varios rostros humanos, aves, una tortuga, un murciélago, un conejo, una serpiente, entre otros animales; esto, en una superficie de tierra que muestra en un segundo plano un tren de pasajeros en movimiento y unos cerros al fondo. Una pieza que bien valdría la pena tener en uno de los muros de casa.

 

Al igual que “Un pueblo real…”, “Mesa y sobremesa” es presentado por Andrés Henestrosa. Con breves palabras, don Andrés indica los orígenes de la nueva empresa: un libro producto de la relación que por años existió entre ambos, pero cuya culminación y reconocimientos solo le corresponden al maestro Rogelio. Y concluye con un señalamiento con el cual estoy absolutamente de acuerdo: en esta su segunda obra, la pluma del profesor ixhuateco se encuentra más afinada. Producto del ejercicio propio de un escritor, señala, y suscribo.

 

Más que el contenido de su obra literaria, en este trabajo se relatan distintas esferas del hombre de carne y hueso que sacaría a Ixhuatán del anonimato. Arranca con algunos episodios de don Andrés de niño en el rancho San Martín, en la Isla de León. Lo describe como un niño travieso que lo mismo utilizaba un cohete para despedazar una olla y espantar a unas cocineras o se montaba en un becerro cual jinete de jaripeo. Notable es cómo el maestro Rogelio narra las aventuras de Andrecito en el río acompañado de camarones, dormilones y sardinas; un gran pescador con anzuelo, apunta. De Andrés refiere que no logró desarrollarse en un oficio que quizá le hubiese complacido más que el de hombre de letras: el de taganero (Ta/gáana).

 

Hijo de Arnulfo Morales y Martina Henestrosa, don Andrés fue hablante de zapoteco nativo, lengua que conoció desde sus bases. En una entrevista hecha en la Ciudad de México y publicada en este mismo sitio, Natalia Toledo –ganadora de un premio de literatura en lengua indígena, el Nezahualcóyotl– me indicó que siempre que tenía alguna duda con respecto a algún aspecto lingüístico del idioma de las nubes acudía al ixhuateco precisamente por su excelente manejo y conocimiento del zapoteco.

 

A lo largo de diversos fragmentos, el maestro Rogelio deja entrever que la relación entre el poeta y na Tina Man fue muy fuerte. Me atrevo a pensar, sin fundamento alguno más que la especulación, que quizá a eso pudiera deberse que don Andrés haya antepuesto su apellido materno al Morales (corríjame quien sepa más al respecto). Hoy en Ixhuatán, en el cruce de las calles Porfirio Díaz y Constitución –donde fuera la casa del ensayista–, se encuentra una biblioteca municipal con el nombre de Martina Henestrosa.

 

Pero el apartado que me causó un singular deleite fue el segundo, en el que Rogelio Henestrosa presenta la historia de don Andrés y Alfa Ríos, esposa del poeta. Ahí cuenta que fue en 1932 cuando, por casualidad, se conocieron en la estación de ferrocarril de Juchitán rumbo a la Ciudad de México. A partir de entonces y hasta que la muerte los separó (trillada frase, pero que en este caso es exacta), Alfa sería la única mujer en la vida del escritor. Fue su única novia, escribe el maestro Rogelio de acuerdo con sus charlas con su tío. La historia de esta pareja que se encuentra en el libro es en demasía envidiable, digna de una novela. Los detalles con los que el relator explica cómo se desarrolló la boda de Andrés y Alfa son fascinantes, pues ellos contienen todos los elementos regionales en un casamiento totalmente istmeño: sones, trajes, adornos, rituales, comida, bebidas… Imposible que el lector quede insatisfecho.

 

En el resto del libro hay muchas otras vivencias de don Andrés en Ixhuatán, Juchitán, la Ciudad de México y el extranjero. Retazos de vida que conforman un todo fascinante tanto por la interesante trayectoria del poeta como por la forma como el maestro Rogelio los presenta. Todo esto, claro está, cargado de simbolismo que cualquier ixhuateco que lo lea sentirá de forma particular por la familiaridad, identificación y nostalgia de aquellas postales que muchos alcanzamos a vivir, aunque sea en sus últimos destellos, en un pueblo desconectado del ritmo del mundo moderno.

 

De Andrés Henestrosa solo he leído “Los hombres que dispersó la danza”, y esto hace muy poco tiempo; sin embargo, si me pidieran elegir otro título para el libro sobre el que hoy escribo, bien podría llamarse “Introducción a Andrés Henestrosa”. Didácticamente puede resultar enriquecedor leer “Mesa y sobremesa” antes de los textos del primer indígena que formó parte de la Academia Mexicana de la Lengua.

 

¿Lo traen en los genes? ¿En el apellido? ¿Es totalmente accidental? No lo sé. Lo conversaba con mi amigo Eder Henestrosa en una boda en el pueblo hace un tiempo, y con sinceridad se lo expresé: quienes llevan la batuta en Ixhuatán, por mucho, en el mundo de las letras son los Henestrosa. Y, por más que haya quienes traten de demeritar su trabajo, ahí están sus escritos y los años que les tomaron a sus autores llevarlos a cabo. Gente admirable por su sencillez, además.

 

Invito a todos los ixhuatecos a sumergirse en este gran trabajo que nos deja Rogelio Henestrosa. Créanme, les dejará un gran sabor de boca.

 

Muchas gracias por la lectura, comunidad que hace posible PANÓPTICO IXHUATECO. Muchas gracias por el libro, maestro Rogelio (mi nuevo amigo, como me lo escribió en su dedicatoria).

'Mesa y sobremesa

[Conversaciones con Andrés Henestrosa]'

Michael Molina

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